En tu interior

Prem Rawat-Maharaji me ayudó a encontrar en mi interior, lo que siempre estaba buscando en el exterior

El hombre que nació dos veces. Capítulo 2

Archivado en: Personales — Julio a las 7:46 pm el Martes, Febrero 21, 2006

“Julio, ¿que darías tú por ver en persona a un discípulo de Jesucristo?”

No me negaréis que la propuesta no era extravagante, o al menos fantástica. Luego explicó que su hijo, había conocido recientemente a un personaje y que a raíz de ese encuentro, se había producido en él un gran cambio. Completó la información diciendo que un discípulo aventajado del tal personaje iba a dar, esa misma tarde, una conferencia en un Colegio Mayor de la ciudad.

Y aquí podría venir la gran pregunta, la madre de todas las preguntas:.¿Qué fue lo que hizo que a la hora anunciada me presentara yo en ese lugar?: ¿el Destino, la casualidad?…Sea lo que fuere, siempre estaré en deuda con el/ella, pues esa decisión haría cambiar radicalmente el rumbo de mi vida.

Tomé asiento en la sala en la que a mi llegada ya había unas cuentas personas; todas jóvenes, veinteañeras, hipies. Yo era, al menos en el vestir, una persona más bien clásica, el típico oficinista de corbata y chaqueta. Pues bien, tampoco aquel ambiente, no habitual para mí, supuso ningún rechazo por mi parte. Al poco, uno de aquellos jóvenes, que resultó ser el hijo de mi amigo, sentándose en el suelo de cara a los demás, empezó a hablar de su experiencia, de lo que había supuesto para él recibir, de manos de Prem Rawat, lo que ellos llamaban el Conocimiento; me cautivó. Aquella sinceridad con la que se expresaba, aquel hablar de corazón a corazón, aquella espontaneidad, ejercieron sobre mí una atracción irresistible.

Al poco se armó un pequeño revuelo por la irrupción en la sala de un grupo de jóvenes, acompañando a un personaje, alto, delgado, con la cabeza rapada y cubierto con una túnica color azafrán. Tampoco su llegada motivó en mi ninguna muestra de estupor o asombro; vamos, como si estuviera acostumbrado a verlo todos los días. Y empezó a hablar, en un inglés muy básico, de la mente, de nuestro interior, de la paz, de la felicidad, de la armonía, de nuestra ignorancia de ser poseedores del mayor tesoro que pudiéramos imaginar; de la finalidad de nuestra estancia en esta tierra….Por la forma en que lo comprendí y acepté, ¡cuanto tiempo habría estado esperando yo aquellas palabras!: ¡ESTO ES!, ¡ ESTO ES!, ¡ ESTO ES!, me repetía una y otra vez. El milagro ya se había producido. A partir de ese momento, iba a nacer un Julio distinto, lo presentía.

Los acontecimientos se fueron precipitando sin solución de continuidad, Al día siguiente volví a escucharlo en otra sala; pedí permiso sin sueldo y me fui detrás de él a Sevilla, Madrid… De vez en cuando, en estas charlas, el preguntaba a los asistentes si querían recibir las técnicas del Conocimiento y si entendía, que la persona que contestaba afirmativamente no estaba preparada todavía para recibirlas, el le aconsejaba que siguiera escuchando. Así me ocurrió a mí y yo le contesté: no me importa esperar, ya soy feliz.

Al poco fui a Londres donde finalmente recibí las técnicas y donde conocí a Prem Rawat entonces un niño de unos 15 años.

Volví “volao” en el viaje de regreso a Zaragoza: No me importaba siquiera que se estrellara el avión: ya no me importaba nada. Tenía la sensación de haber alcanzado en este mundo, aquello para lo que había venido a él.

Lo primero que deseas al regreso es comunicar a tus allegados, a tu familia, aquel descubrimiento, en la ingenuidad de que ellos lo van a entender como tu lo has entendido; nada más lejos de la realidad. Sobre esto, el personaje de la túnica azafrán, un santón indio, que por lo visto se había leído más de una Escritura, nos había relatado que en una de ellas, con motivo de la venida de un Maestro, se decía lo siguiente: No he venido a traer la paz sino la guerra. He venido a separar al hijo del padre, a la hija de la madre y a la nuera de la suegra. O algo así. En mi caso, no hubo ningún tipo de separación, pero sí una incomprensión total.

Mi deseo era comunicar, comunicar y comunicar; dedicarme en cuerpo y alma a esa labor. Para ello, abandoné la oficina tomando una excedencia y me fui a vivir a una comuna con quince o veinte jóvenes, de ambos sexos, grupo en el que yo era el de mayor edad. Para entonces, gentes de mi edad habían tomado también el Conocimiento.

Era tan grande aquella fuerza interior, que no había obstáculo que se resistiera a mi dedicación: dormir en el suelo; hacerme vegetariano, trabajar en empleos humildes…. En esta época conseguí uno de mis grandes logros, cual fue el dejar de fumar.

Al cabo de unos seis meses en este ambiente de convivencia y ya con los ánimos más reposados, me planteé volver a la oficina, pues entendía que desde ella, podía desarrollar la misma labor de difusión que estaba desarrollando hasta entonces.

Pero esto os lo contaré en el próximo y último capítulo

P.D.
¡Ah!, tal vez os preguntéis el por qué de la alusión a Jesucristo de mi amigo. Seguramente nació de la propensión que tenemos los humanos a etiquetar todo, a identificarlo; si no nos etiquetamos, no somos nadie. Se hablaba del Maestro, con mayúscula y anteriormente había habido otros Maestros. Y a veces ocurre que para hacer valer lo nuestro, hay que compararlo con algo conocido. Bueno, pues tal vez a esto, se debió la comparación que hizo con Jesucristo.

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